sábado, 5 de septiembre de 2009

ENTREVISTA DE RAYITO POR EL ABC A LA VUELTA DE UNA MISION EN KOSOVO

«Rayito». El sargento torero de Kosovo

POR VIRGINIA RÓDENAS

11-5-2008
Cayó como un rayo. Corría 1994 y reaparecía Manuel Benítez en un mano a mano con Jesulín, en Ubrique, y antes de que alguien pudiera impedirlo, Fernando Calvente -desde ese día «Rayito»-, de 14 años, ya estaba delante del toro. «Viendo «El Cordobés» que el animal me iba a coger, no por mi culpa, sino por los empujones de los banderilleros para quitarme, se plantó, apartó a la gente y gritó: «Dejadle tranquilo». Entonces, pegué mis pasecitos. Luego me dijo que si ya me había quedado tranquilo, le contesté «sí, maestro». Y añadió, «pues hala, ahora te vienes para acá, que has estado muy bien». Me quedé impactado. Me agarró, me sacó al tercio y me fui para el callejón. El mozo de espadas de Jesulín me dio una palmadita. Yo estaba blanco, no por el susto del toro, sino por la reacción de la gente, que empezó a tirarle latas a los guardias civiles. ¡Por mi culpa, que además vivía junto al cuartel! Así que cuando estaba a punto de salir el siguiente toro, «El Cordobés» me metió por debajo de la banda de música y me gritó «¡escápate!». Y me animó: «yo no me he tirado una vez, sino miles, así que sigue para delante, chaval, que en la vida hay que luchar mucho»». Y desde ese día, en ello está el sargento Calvente, del Regimiento de Artillería Antiaérea 72 (RAA-72), que recién llegado de su misión en Kosovo, adonde se fue en diciembre, no ha perdido un segundo para irse de tentaderos por el sur y anda moviendo Roma con Santiago para hacerse hueco en algún festival taurino para el verano. ¿Dónde hay más peligro -tentamos al militar-, delante de un toro o en un BMR (vehículo Blindado Medio de Ruedas) de patrulla? Y el suboficial me responde que ambas cosas tienen su riesgo. «Pero cuando iba en el BMR -apostilla- lo que pensaba era en los chavales que van conmigo y tenía miedo, porque aquello no son carreteras, que son caminos de tierra. Los vehículos son buenos, pero se pueden mejorar, y además hace falta. Yo pensaba, «Dios mío, que me pase a mí lo que sea, pero no a ellos», porque ¿cómo se le explica a una madre que su hijo ha muerto?».
A la suya, Cristobalina Ruiz Ortega, le fueron corriendo con la noticia de que su chico se había tirado a la plaza. «¡Se habrá caído!», decía la mujer, ignorante, como el padre, Fernando Calvente Calvente, de la obsesión del muchacho. Porque aquel niño había ido fraguando su afición por los toros a escondidas, cuando salía disparado del colegio hacia la escuela oficiosa de Sebastián Marcial «El Pato», «que ponía al servicio de los chavales un sitio e instrucción para el toreo de salón mientras él iba viendo. «El Pato» tenía una tintorería en Ubrique, «El Rocío», y allí guardábamos los trastos. A mis padres les decía que me iba a la biblioteca. Ya sería Juan Vázquez Vega, «El Cantitos», otro gran aficionado ubriqueño, el que realmente me llevó al campo, a los tentaderos, y así días y días...». Hasta que compinchado con el hijo del dueño del bar taurino «Carriles», que había sido novillero, cuajó su arranque de espontáneo en el coso de Ubrique y se bautizó como «Rayito», un nacimiento que, como es de imaginar, culminó en el cuartelillo.
«Mis padres, las criaturas, no sabían nada. A mi padre le puse las cosas claras: quieras o no quieras voy a seguir con eso para delante. Y esa noche, como muchas otras después, me quedé castigado sin cenar. Rendido a la realidad, aceptó que toreara si no dejaba los estudios, pensando que en cualquier momento se me quitaría la calentura. Él, dedicado a la marroquinería, que es el oficio local, quería una vida mejor para sus hijos, y el camino para eso era estudiar. Pero a esas alturas, ya todo el mundo hablaba en la provincia del chaval que había saltado en Ubrique».
«El Pato» condujo sus primeros destinos. «En el primer festival casi me mata un toro y mi padre, la mar de contento, pensaba que eso me quitaría la afición. Aquello fue una masacre, pero corté dos orejas. No había salido del ambulatorio y ya me estaban trayendo carteles para que toreara en otros pueblos. Para comprarme el traje de luces tuve que hacer una rifa en el pueblo y sortear una moto. Solo el capote son 40.000 pesetas. Además tuve que trabajar mucho por los bares para comprar un equipo mínimo. Entonces me encontré con que el dinero era otro gran obstáculo. De los que empezamos con «El Pato», ninguno llegó a dedicarse a esto plenamente. Ya sabe, uno entre un millón, y de un millón ninguno. No basta ser buen torero, hay que estar tocado por la magia, estar en el momento oportuno en el sitio adecuado, y tener padrinos. He toreado con chavales que ahora son matadores de toros, como con El Fandi. Porque yo también me volqué en esto. Pero cuando la cosa empezaba a rodar, un infarto mató a «El Pato» y vino la ruina».
La «historia mínima» del sargento Calvente, que como sostiene Carlos Fuentes es uno de esos mimbres con los que se construye la historia con mayúsculas, es la epopeya del sacrificio de un maletilla del siglo XXI, como tantos otros, la épica conquista de una ambición. Y tantas veces, el drama, a secas y sin paliativos: «Rayito» confiesa que sintió pena de él cuando se vio con la cabeza abierta, el hombro sacado y pinchado el pulmón sobre la mesa de madera de una vieja casa tras la cornada de un peñajara en un pueblo perdido de Salamanca. El traje, que tanto le había costado, hecho jirones; el sueño, intacto.
Porque «Rayito» también conoce el sabor de la gloria. Como cuando toreó al novillo de Miguel Mateo «Miguelín» que no sabe cómo le trajo el entonces subteniente Domínguez Liébana desde Algeciras hasta Ceuta, donde fue destinado por la broma de un sargento -«yo te relleno los papeles y te pido un sitio donde puedas torear», le dijo el muy canalla-, ya como soldado profesional. Y es que Calvente, por su madre, se había reenganchado al Ejército tras la mili, «después de darle vueltas a ver qué podía hacer para no darle más sufrimiento, siempre por ahí de capeas que pensaba que me iba a perder». Pues bien, allí en Ceuta, a escasos metros de la frontera marroquí, los compañeros del torero levantaron una plaza «que quedó preciosa» y el mismo día de Santa Bárbara, patrona de los artilleros, el novillo, que había sido cuidado con esmero durante los dos meses anteriores -«pensaba que el animal iba a salir a la plaza a darme besos»-, fue toreado con lucimiento, muerto por la firme espada de «Rayito» y devorado «hecho chuletas y pinchitos». Presidió la «corrida» el comandante general, que ocupó el palco construido para la ocasión. Ocurrió el 14 de diciembre de 1999.
Creando afición entre kosovares
Luego, de Ceuta a Zaragoza, al Regimiento de Artillería Raca 20, «donde me puse las pilas, estudié lo que no está en los escritos, y me hice sargento. Si hoy soy suboficial es por la constancia y la voluntad. El que viene al Ejército y tiene capacidad de sacrificio puede ser lo que quiera». Quién habría imaginado que «Rayito» acabaría en Kosovo cuando hacía de las suyas por los campos de Cádiz a la luz de la luna. «He aprendido que en mi profesión desargento, igual que en el toro, hay que saber mandar y templar. Cada chaval es diferente, como cada toro, y hay que saberlo entender y torear. La experiencia en Kosovo ha sido magnífica. Fui el 13 de diciembre como fusilero, lo que me ha permitido tener un contacto estrecho con la población, de niños a ancianos que tanto te dan por tan poco. Allí me entrenaba corriendo porque no pude llevarme ni un capote. Me quitaba el «mono» con algún trapo y a escondidas. En el bar de Base España, en Istock, tenían todos mis carteles pegados. Y a todos, compañeros, kosovares o serbios les he vuelto majaretas hablándoles de toros. Entre todos, he creado afición, que es lo importante».
Y mientras llega la hora de la verdad «en Madrid o Sevilla», Calvente se esfuerza en ser «un pedazo de sargento» y «Rayito» se prepara para su gran oportunidad. El valor del soldado no le falta. Sabe que tiene su sitio, que tiene fuerza y, además, qué demonios, ni puede ni quiere quitarse el toro de la cabeza. Para él torear ya es lo mismo que respirar. Y sin aire se muere.

1 comentario:

  1. los compañeros montamos la plaza y le ayudamos a "cazar" a la vaquilla cuando se nos escapó y aun me duele el costalazo que pegúe despues de la embestida jajajajajaj. si es que no podia ser de otra forma fernando "el sargento torero" y yo (batista) el mozo pikoleto jajajajaja. un abrazo maestro

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